Amberli,
rosa blanca, son sus ojos y cicatrices, montañas de pampas de juta una llovizna
delicada como el roce de un pétalo de la flor favorita de la madre, que vive
que crece, que cree, como un río en pleno trote pampatama se le llama, siempre
el orgullo y enojo que crece como la raíz de un angosto árbol silvestre, agria
como cascara de mandarina y tan dulce como el melón.
Tierra
y agua, el raspón de las salpicadas de las corrientes de manantes, el atardecer
a las cinco de la tarde junto a Frankz, Grisel y Félix en pleno ocaso.
Aun amando
su cicatriz es el delfín en quien se encarna que crece, que cree, que triunfa y
que sale a dar sus melodías y que cree en un super y detalloso futuro granulado
con esteras de canastas colgando del brazo de una madre que amanece con ese
amor y ternura.
Pompones
de algodones morados como un orgullo de un padre en la pequeña chacra de Chacña
o la monumental hacienda Carmen, tardes tibias, sonidos del viento, a lo lejos
cánticos de aves despidiendo el día en un eucalipto grande y frondoso que hace sombre
a toda la casa.
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